viernes, 16 de julio de 2010

Qué lindas que eran esas tardes de verano en las que no se podía ni estar en la calle del calor agobiante que hacía y nos ence-
rrabamos en tu habitación con el aire al mango.
Una taza de chocolatada bien fría y veíamos películas hasta que desaparecía el sol. Era inevitable no hacer alguna acotación al respecto de la cantidad de aviones que colgaban del techo y del asqueroso olor a pucho concentrado.

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